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    “Quinta: El Silencio”, esa casa del horror y espanto, se encuentra en las islas del delta, provincia de Buenos Aires. Ciudadanos “chupados” y traídos a la rastra a San Fernando, eso escuchó el viejo decir a uno de los milicos. Molidos en la ESMA y terminando su derrotero debajo de mugrientos pilotes entre sus excrementos y orines. Arriba de ellos, los milicos fumando como si el mundo fuera una fiesta. Una vía, un paso a nivel y la ilusión de un niño (el Tobi) y su primer partido de Tigre contra Deportivo Riestra. Dos Hombres. Dos destinos que se cruzan desde la desazón en “Tres Bocas” y un bote y un nombre: “Museo Naval” a la deriva…


    —Mierda que me tenía preocupado, 

    se fue sin luz y ya se está yendo de vuelta.

    Los dos se quedan mirando al fondo del canal 

    como el sol se va escondiendo.

    —Y... ¿qué pasó con el bote?, ¿hizo lo que le dije?

    —Al pie de la letra.

    Se escuchó un “bien”, por parte del viejo.

    —La ida y soltar el bote fue fácil. La vuelta un raid. 

    Una maratón descomunal. Cruzar tantas islas, islotes… puentes… meterse en el barro. En la ciénaga. Seguir un sendero 

    y después a puro cuchillo inventar otro —lo miró como diciendo por qué no llevé el machete— el viejo se lo había dejado 

    en la mesa junto a la botella de agua. 

    El Silencio - Carlos Monti

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    “Quinta: El Silencio”, esa casa del horror y espanto, se encuentra en las islas del delta, provincia de Buenos Aires. Ciudadanos “chupados” y traídos a la rastra a San Fernando, eso escuchó el viejo decir a uno de los milicos. Molidos en la ESMA y terminando su derrotero debajo de mugrientos pilotes entre sus excrementos y orines. Arriba de ellos, los milicos fumando como si el mundo fuera una fiesta. Una vía, un paso a nivel y la ilusión de un niño (el Tobi) y su primer partido de Tigre contra Deportivo Riestra. Dos Hombres. Dos destinos que se cruzan desde la desazón en “Tres Bocas” y un bote y un nombre: “Museo Naval” a la deriva…


    —Mierda que me tenía preocupado, 

    se fue sin luz y ya se está yendo de vuelta.

    Los dos se quedan mirando al fondo del canal 

    como el sol se va escondiendo.

    —Y... ¿qué pasó con el bote?, ¿hizo lo que le dije?

    —Al pie de la letra.

    Se escuchó un “bien”, por parte del viejo.

    —La ida y soltar el bote fue fácil. La vuelta un raid. 

    Una maratón descomunal. Cruzar tantas islas, islotes… puentes… meterse en el barro. En la ciénaga. Seguir un sendero 

    y después a puro cuchillo inventar otro —lo miró como diciendo por qué no llevé el machete— el viejo se lo había dejado 

    en la mesa junto a la botella de agua. 

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